Lentas lágrimas lloraban sus sábanas tendidas al sol. Eran lágrimas que prendieron en la tela. En sus horas de espanto, de dolor y olvido.
Sentía vergüenza de haber llorado por él. De haberlo querido. Pero los meses pasaban aullando soledad. Y el tiempo daba pasos de sangre caliente hacia el amor soñado. Sus palabras cambiaban la percepción de lo que veía en su espejo. Sus mentiras encontraron terreno abonado.
Nuevamente aterida de soledad. Muriéndose de pena. Es que los sueños no mueren. La luna y las estrellas saltan a la comba y los renuevan. Cantan canciones de amores, de alegrías y penas.
La mujer seguía tiritando de sueños. Siendo vacilante raíz de nuevas tinieblas. Cansada de marchita, de ser ave pintada. Que no vuela.
Y los sueños son rocas de mármol. Indestructibles. Puros. Sin dejarse arrancar. Intactos en el tiempo por no cumplidos. Inmunes a la devastación que acecha. Inhumana. La pasión los exige y los devora.
En el cielo de su noche estrellas extraviadas vagabundean centelleantes.