Miraba a través del rectángulo oxidado que le servía de refugio. Su ventana. Intentó recordar las historias de los que por allí pasaban. Sabía cosas de hace días y de cuando eran niños. Pero la trama tenía enmedio un reverso que se había difuminado.
“Tenía que haberlo entretejido con palabras de alambres, para que nada ni nadie pudiera borrarlos. Así las tijeras de los envilecidos recortes no herirían mi orgullo.”
Pero ahora cortaban cielos y horizontes. Con sus ávidos colmillos hacían estallar el sitio donde se agazapan las raíces del amor y del odio.
La sangre palpitante secaba su boca en una sed tremenda. Disfrazaba de hipócrita pereza el esfuerzo en recordar y pasaba a otro asunto.
Abrió la ventana. El aire frío de otoño le daba en el rostro. Piensó: “Nadie podrá robarme este viento”.
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