Despeñado del cansancio
en este abismo, en el silencio que me llueve,
entrego mi alma al naufragio
que es la muerte.
Luché contra la peor de las violencias.
Lejos del desamor del fanatismo,
que consiente postergaciones en harapos.
Fui guía del eurocomunismo.
Mis ideas ascienden a mis ojos,
con la pasión de siempre, con el fuego,
que iluminó mis clandestinidades
sufriendo calumnias de crímenes horrendos.
Calumnias en jirones,
mordeduras de espesa hipocresía
acantilada, censurando ademanes,
y expresiones.
Viví en tiempos en que lobos
patrullaban en jaurías
de torpes demagogias, que mordían
los talones creando suburbios arrasados
de hambre huracanados.
Cerca de un siglo,
centenares de denuncias,
mi voz, la voz del compromiso.
He muerto de muerte obligatoria,
caducado, previsto.
La muerte rozó mis cabellos,
saqueó mi corazón
imponiendo quietud a mis manos
y apagando mi voz.
Lejos de la locura establecida,
Mi conducta fue de hombre sin amo.
Siempre desde la osadía,
reclamando equidades y sufragios.
Atrás los días en que sentí, hacia mí, el desprecio.
Rastreando orfandad obrera, que aún me duele,
Entre bestias que, al fin de sus ideales, tenían precio.
Peleando, entre los rostros esfumados,
contra los catequizados
con halagos y prebendas.
Subidos en la marginación,
y desabrigados anatemas.
Soy Santiago Carrillo,
el comunista,
llevo días negociando con San Pedro,
me niego a entrar sin mi cigarrillo,
aunque insista.