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6 febrero 2013 3 06 /02 /febrero /2013 15:37

 

                                  

         No recuerdo con exactitud si fue al comienzo de mil novecientos sesenta o a finales del cincuenta y nueve cuando los primeros televisores hicieron su aparición en mi pueblo. Había en todo Álora menos televisores que dedos tengo en una mano. Era un privilegio que pocos podían permitirse. Además, era algo mágico, podía verse a los locutores, que estaban en Madrid hablando, desde una casa de aquí. Incluso se veían hasta corridas de toros en riguroso directo. Eso sí, en blanco y negro. Alrededor de la tele  se juntaba todo el vecindario, invitado por  los dueños de semejante prodigio. ¡¡Una caja de madera, grandona, con un cristal oscuro delante en el que se veía la única cadena existente, TVE!!. Comenzaba sus  emisiones a las seis de la tarde y emitía ininterrumpidamente hasta las doce de la noche.

            Un amigo, vivía en la punta abajo de la calle Rosales. Era uno de esos hombres que, por mala que estuviese la cosa, siempre tenía trabajo, en el verdeo o en la faena tenía fama de buen cumplidor. Y era una de las primeras personas que compraron el citado aparato receptor de sonidos e imágenes.

            Mi abuela paterna, era vecina y fue invitada, una de las primeras tardes, a ver una película. Coincidió que yo, como muchos días, tras el colegio me fui a su casa e hizo extensiva a mí su invitación.  ¡¡ Qué alegría !!  ¡Por fin iba a poder ver esa cosa de la que tanto se hablaba en el pueblo! Y además podría ver una película, como en el cine, pero sin pagar...

            Debía ser invierno, porque la tarde amenazaba lluvia, el cielo estaba encapotado. A las seis en punto fuimos a la cita. De la mano de mi abuela la imaginación se me desbordaba pensando qué sería aquello. El pequeño salón comedor estaba repleto. La dueña de la casa, una mujer alta y de buen carácter, le ofreció una silla y yo me acomodé en el suelo, en primera fila, como toda la chiquillería.

            Tras la “carta de ajuste” una mujer hizo la presentación y comenzó. Era una película divertida y todos, excepto mi abuela, reíamos a carcajadas. Me extrañó su actitud y de vez en cuando la miraba de reojo, preocupado sin saber qué pudo disgustarla. Cuando salimos, tras dar ambos las gracias por tan amable invitación, en los pocos metros que separan la casa de la de mi abuela, mantuvimos la siguiente conversación:

Abuela, ¿no te ha gustado la película?

Sí hijo, mucho.

A mí no me gusta que me engañen ¿de verdad te ha gustado?

Que sí, muchísimo, pero ¿a qué viene esa insistencia en que no me gustó?

Porque allí estabas seria y ahora más.

Pero no era por la película...

¡Si nadie se ha metido contigo!, que yo sepa.

No, nadie.

Ah, claro, es que te da pena porque somos pobres y no podemos comprarnos una televisión.

No, no es ese el problema. Además eres muy pequeño para entenderlo.

Soy pequeño, pero no tonto. Claro que si no me lo explicas, no lo puedo entender.

¡¿Quién te pondría Pedro?! ¡ Con lo pesaito que son los Pedros!

Si no me lo quieres decir, no me lo digas,...

Bien... a ver cómo te lo explico... hay veces que una madre le dice a sus hijos que no se “junten” con tal o cual persona porque sabe que esa mala compañía no le hará aprender nada bueno. ¿eso lo entiendes?

Sí, abuela, ¿y?...

Pronto pondrán los televisores muy baratos y en cada casa habrá, por lo menos uno.

Ahí no estoy de acuerdo, eso sólo lo tendrán pocas gentes. Me han dicho que son muy caros.

Pues se pondrán baratos, niño. Y habrá en cada casa uno. A los aparatos de radio, les ocurrió lo mismo.

¡Vale, abuela, te creo! Pero...¿ por eso estás seria?. ¡Eso será estupendo!...

¡Y un jamón con chorreras!... Además habrá más de una emisora de televisión y montarlas debe ser carísimo.

No tenemos para comprarnos un televisor y tú estas pensando en lo caro que debe ser montar una emisora, ¡Es verdad que no hay quién te entienda!

Por eso no quería explicártelo, porque es difícil de entender.

Vale, me callo, sigue explicando tu idea. Pero si montas una yo quiero ser el presentador.

¡Cómo me tomes a guasa.!....

Que no... que era broma.

Pues yo estoy hablando muy en serio.

Perdona, lo siento...

Bueno, a lo que estábamos ¿quien va a montar una emisora de televisión?... Los que tengan muchísimo dinero y... ¿quién tiene muchísimo dinero? Los ladrones que viven a costa del trabajo de los demás. Y... ¿cómo son esos ladrones?... Muy sinvergüenzas. ¿A quién contratarán para que hablen por la tele?...  A otro granuja. Así que ya las madres no podrán decir a sus hijos: ¡No escuches a los granujas! Porque el granuja será el único que hable en la mesa a la hora de cenar y todos ustedes diciendo... ¡calla, que no oigo bien lo que dice la tele! Así que te lo digo desde ya... no quiero que te creas ni la mitad de la mitad de lo que digan en esa caja.

¡Es verdad que no te entiendo! y... además me parece que estás equivocándote.

Yo no lo veré porque nací en el siglo XIX, soy muy vieja y...¡Pero qué caramba! Llevo razón y tú sí lo verás. ¡Andandito que es tarde! 

 

            Y así fue cómo mi abuela María, a la que yo tenía por una mujer sabia me demostró que era más sabia todavía. Aunque yo tardase años en entenderlo. Cuando llegamos a la casa merendamos y tras terminar dijo como siempre: “Ya hemos comido, contentos estamos, Dios se lo pague a nuestros amos, que nos lo da porque lo ganamos. Y si no nos lo da... Que se vean en un zarzal. Ellos sin poder salir y nosotros sin poder entrar”.

 

 

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