Cuando la injusticia se sincere,
renaceré en los braseros,
contra la desmemoria,
contra los embustes de los libros de historia.
Que sabré perdurar a los silencios.
No me rindo, ni hoy, ni ningún día,
que se cuide de mí la camarilla,
que muerde el talón de la pobreza,
con colmillos de robos y villanías.
Prisionera fui
y por ser mujer, menospreciada,
Me exigieron tolerar, como excarmiento,
grilletes al corazón y al sentimiento.
Con indigna condena,
y una escoba, para hacerme entender
mi papel de hembra.
Que según ellos no incluía,
meterme en política, ni alzarme
en noble subversión contra un tirano
que repartió horror y alevosía.
El soberbio vencedor de la barbarie,
quiso hacer notorio su mensaje,
para jactarse de sus venganzas,
y del odio encendido por sus armas.
contra agentes del progreso de la patria.
Vanagloria de caudillo de alma negra:
vencido, desarmado, vulnerable, amarrado,
exhausto y asesinado el pueblo rojo...
Sus palabras nuevo ultraje nos han dado
y por siempre mi condena yo le escojo.
Un pañuelo de luto, en la cabeza,
es mi insignia presente,
recuerdo, en el alma, para siempre.
Es la huella terrible del fusil con el que un día
marcaran para siempre mi agonía.
Una sutura que me atraviesa el alma.
Y me robó para siempre la calma.
Soy María, La Chacha, La Borrega,
y mi nombre será siempre estandarte
para aquellos que jamás se doblegan.
Amante de la cultura y el arte,
Contra los regimientos de ambiciones
de secuaces del poder de las levitas
que hambrunas amortajadas validan.
Y siembran juncos de eterna contienda
de hermanos contra hermanos,
donde anda la traición pervirtiendo,
en tratados, acuerdos o convenios,
la honesta dignidad de la palabra.
Soy la Borrega, La Chacha, María,
acusada de parir hijos muy rojos,
que a punta de bravura y osadía
se me sale la honradez por mis azules ojos.