La mujer está

Como ser sublime.

Bendito ideal...

Nos arrodillamos

Y nos descubrimos

Pudiéndola amar.

Es como un sagrario,

De Dios, en el templo.

Un trono en mi alma...

Conquisto su altar,

Mi alma se exalta.

Santifica espacios,

Domina cerebros,

Canta el corazón

Cuando la tenemos.

Como el ruiseñor

Que levanta el vuelo

Con la luz del alba

Deslumbra mi amor.

Su entraña fabrica

Poesía, luz fecunda.

Nubla la razón

Y todo lo inunda.

Renaces para mí cada día como una diosa.

Mis promesas clandestinas en las noches

Las ganas, de este loco enamorado, para amarte.

De los confines de las sombras emerja

Un mar de estrellas, ¡qué digo un mar!

¡Un océano de anchuras de luz y de poemas!.

En penumbra, amor, esperaré tu inmensa prosa,

Que en mis adentros convertiré, para ti

en los más bellos poemas.

Búscame entre versos, mis vísceras son clarines

Y un ángel son mis sueños de deseos de tu cuerpo.

Tu piel, recuerdo blando y brillante,

De un blanquísimo abismo.

Que gocé de tus perfumes de desaire

Y el desenfreno de tu negro sinapismo.

Viví en ti, mi atroz peregrinaje.

Crecieron plumas a mis llagas de placer.

Busqué suave deleite de amor

Y sólo malsano despertar hallé.

Mis cantos al cielo yo entoné

Mi hombro tu regocijo apoyaba y no

Pude salvar: mi fiereza, la luna ni la razón.

Que el ala no desplegaba y me torné

Encarcelado mi espíritu a tu piel.

Mi alma rueda cansada a perpetuidad

Al hondo interminable desterrada.

Entre los pliegues de tu ausencia, mi soledad.

Inconmovible como un mendigo yo me vi.

Preso de tus impías garras de maldad.

Su textura final es sin conciencia

Sus voces, de timbres perfectos, exactos,

Ensayados y crueles, desangran

La esperanza del obrero

Que padece, dientes de barbecho,

De las altas finanzas prisionero.

Los grandes capitales, los ricos,

Con miradas de coros diabólicos,

Consumen sus mentiras, con sigilo

De monjas, mientras el pobre gira,

Arde y escala filos de aguijones fugitivos

Llegando su estado a la demencia

Por la falta de leyes con decencia.

Son sombras esbozando penas.

Espinas absolutas

Sin su cuerpo fatigado.

En su regazo, la inocencia herida.

Yaciendo sus manos,

De ágiles vaivenes, capturadas.

Manos ágiles que destellan

Enjambres de verdes ráfagas

De esperanza truncada.

Su espacio se inunda

De mordazas.

Acosados

Por la paz de los silencios.

Acostumbrados

A perder, y en cautiverio.

Desde los umbrales de los siglos

Surgirán,

Estallando turbulentas, sus protestas

Y abrirán,

Con honda y profunda estridencia,

El final

De la miseria hallada.