Presiento la inclemencia de días deshechos. Es un mar de ruinas con brillantes cielos. La vida intenta refugiarse en guitarras de carnaval. Y se hace y deshace envuelta en abrazos por los callejones del Perchel. Desenvuelven las hogueras de sentimientos en noches de canciones rabiosas. Olas de playa donde se trenzan caras alegres y tragedias personales y sociales expresadas en una sonora murga. Un estribillo, rayado, repite una y mil veces las mentiras de quienes nos gobiernan.
Un cuarteto, fusil de palo al hombro, se para en un ancho de la calle y les oigo narrar el fusilamiento de la libertad. Uno de ellos representa a Torrijos. Comparan su lucha con la actualidad. Su ingenio, su salero, abrasan las almas de los viandantes.
Todos nos sentimos compañeros de quienes actúan. No sé, hay trozos de aire que nos son comunes. Nos llegan al corazón. Sucede así, porque en todos está presente la sed de justicia que existe hoy en día. Pero el pueblo es capaz de cantar, aun así.
Saben que después llegará marzo, y abril, y que seguirá habiendo gente con hambre. Sí, hambre física, que ya empieza a aparecer en nuestras ciudades y pueblos. Cuando la semana santa llegue a la ciudad y cada trono se meza al compás del agua del mar, con vaivén quedo, y las gentes abran a Dios su espíritu, seguiremos con el paro en aumento. Y en falsa hermandad, ricos y pobres, lanzarán al aire de Málaga los vivas a su imagen predilecta. Mientras, bajo los árboles de algunas calles, personas indigentes callejearán olfateando contenedores de basura donde encontrar qué llevarse a la boca.