Sí se puede ser decente

Sin paraísos fiscales

Y hacer que viva la gente

En un mundo entre iguales.

Que aquellos que nos robaron

Y evadieron capitales

Digan dónde está el dinero

Y devuelvan  los caudales.

Que el político que mienta

Incumpliendo sus promesas

Tenga el cese y tenga cárcel

Y sin derecho a prebendas.

Que supriman subvenciones

A colegios concertados.

Que en el tema de hipotecas

Exista dación en pago.

La justicia gratuita

Y el dinero en banco público.

Rindan cuentas cada mes

Los que gobiernan lo público.

Desaparezcan Sicav

O sociedades de ricos.

Dejen de tener honores

Y tratarnos cual borricos.

Tener democracia viva.

Sin que pase hambre nadie.

Y aliviarnos de injusticias.

Sí se puede, sí se puede.

En un palacio anda un rey

Cuidando de su señora,

Que ha cogido un constipado...

¡Esta lluvia, no perdona!.

Ha llegado la noticia:

“La princesa es imputada”.

El monarca sorprendido

Y la consorte asustada:

“Con lo que llevo aguantado

Sin meterme yo aquí en nada

Y no paran de joderla

Estos hijos tontolahabas.”

Con más razón que una santa

La pobre reina lloraba.

Se quejó la hermana grande:

“no sé muy bien lo que es,

pero me suena a putada”

La pequeña, compungida,

a su papá suplicaba:

“No digas, porfi, más veces,

que quien la hace la paga”.

El rey al ver todo esto

Se ha quedado alelado.

Dice que no se preocupen.

Una fórmula le ha dado

Para salir del entuerto

Que el yernazo le ha buscado.

Debes ponerte muy seria,

El rostro como apenado,

Miras muy fija a la cámara

Y dices: “Me he equivocado”.

Con tanto trajín no puede.

El monarca preocupado.

Y en vez de echar eucaliptos

Trozos de fruta le ha echado.

Si tiene tos, majestad,

Con infusiones de frutas,

Le aseguro que mi  reina,

Después de toser, esputa.

Te recuerdo con nostalgia.

Aún no pierdo la esperanza

De sentir tu suave piel

De la que tengo añoranza.

Nuestros sublimes espíritus

Entre tu blusa y mi blusa

Hicieron puentes de miel.

Y en tu fértil sementera

Sembré mis versos y besos

Y mi pasión te entregué.

Cárcel de luz son tus ojos

Cuando yo me asomo a ellos

Quedando todo mi ser

De tus ojos prisionero.

La brisa me trae el ansia

De tu triste lucidez

Que junto con mi locura

Da vehemencia a mi querer.

Quiero que sean nuestros cuerpos

Tierra de amor y poesía,

Corazones en concordia,

Latiendo en dos almas próximas.

Una vez no pudo ser

Pero yo sé que también

Tú me añoras como yo.

Inténtalo vida mía.

Que ahora sí saldrá bien.

          Escribo en el hueco de una noche de negros desamparos. Los pétalos inermes del tiempo de los hombres traen en esta noche de Viernes Santo espesura de muerte. Muerte de Cristo. Un hecho consumado miles de veces. Y que como siempre resucitará al tercer día.

          Vivimos en el reino de los torpes. Con llanto seco, sin lágrimas, cientos de demonios, en fila silenciosa  usan los narcóticos del miedo, mezclados con la bruma. Deambulan como sombras. Débiles siseos  invocan el nombre de su Dios. Porque sus conciencias son hierbas duras y obstinadas ofrecen, con sus velas, un sol que no existe.

          El día antes, las armas recibían más aplausos que los tronos. Era emocionante ver a los caballeros legionarios paracaidistas haciendo filigranas con el fusil. Esa misma arma que, en otras partes del mundo, convierte la sangre en holocausto.

          Mientras las gentes sigan entusiasmándose con armas, el cielo seguirá procreando lluvias de cuchillos negros.  Como ciego refugio de los miedos, la contrición. Pero en los corazones un páramo amarillo de iras circulares que defienden a muerte las posesiones, antes que a las personas.

          En las filas, jerarquías. Que no todos los “hermanos” son iguales. Para distinguirlos, encajes e insignias. Cuando el último de los últimos no se atiene a las normas un viento de odio sacude la formación. Si es un Hermano Mayor, es una originalidad simpática. Junto al Hermano Mayor, el General, espada en ristre, luce medallas y ropa de bonito. Presume de destierros de hojas de amapolas. Cercenadas una a una con lúgubre vehemencia. A orillas de la bruma, el sueño de las frutas cenicientas, las flores, muerden en silencio el aire dando a la paz que quede en las memorias algo de refugio.

          Que Dios me perdone.

Jesús, tú que estás sufriendo

Por los pecados ajenos

Y que sabes que son buenos

Los que el paro van viviendo

Intercede Tú por ellos.

Aunque soy un pecador

Te pido con devoción

Que el pobre trabajador

Tenga pan y tenga amor.