Sigue siendo tiempo de llorar tu ausencia
de las arenas y los guijarros, de tu amado desierto.
Los recuerdos me comen por dentro.
Veo en ellos los gloriosos tiempos
en que tus túnicas azules
bailaban con el viento.
Te invadió un ejército cuyos espíritus eran
murciélagos tiznados con alas de ceniza.
Su alma se alumbraba de lámparas patéticas,
de injusticias.
Su corazón sin historia,
insiste tartamudo y sin memoria.
Se cargó la justicia de miseria.
Dejó, en exclusiva, la experiencia
de un orden calculado. Un residuo de vida.
Rutinas mortales en penas amasadas.
Tu bienestar quedó desplazado
por quienes no admiten más dios que la materia.
Y robando tus riquezas
se hicieron virtuosos de la indecencia.