entío.. Desde la ventana veo, a través de sus grandes ventanales, las mesas del bar de enfrente. Un grupo de muchachas ríen y charlan a gritos, cómodas, alegres... Hablan de su excursión a los pantanos, de los paseos con chavales por la alameda... En el otro extremo de las mesas, dos ancianos juegan a las cartas. Están en silencio, imagino que escuchan en la radio el discurso que los políticos dan sobre la “realidad” de este verano. Pienso que recuerdan cuando eran jóvenes. Parecidos discursos se oían en la dictadura. Recortes, recortes y recortes, pero siempre para los mismos. La desnuda realidad del capitalismo se impone. Esta vez, no con fusiles, sino a base de sueldos cada vez más chicos.
-¡Nada se puede hacer!.
-¡Ya somos viejos!.
Mi mente me lleva a apostar por sus pensamientos y creo que recuerdan las pintadas que hace cuarenta años hacían: ¡No queremos ni partidos, ni gobierno, ni poder. Los españoles lo que queremos es JODER! ¡Abajo la tiranía, quiero comer to los días!... ¡Qué tiempos aquellos!. Hacíamos cosas, luchábamos por un bienestar que ahora nos están quitando. Nuestra luz era no tener nunca amargura. Nos hemos vuelto demasiado comedidos. Quiero recordar y animar a los jóvenes a la lucha, pero no sé si debo. No se sabe cómo puede terminar esto. Gentes con estudios recogen cartones desde abril. Con los precios de la luz este otoño volverán los braseros de leña o de carbón, que aún queda gente que se gana unos eurillos haciéndolo. Vuelven a verse madres en el parque que hacen punto. Tejen un abriguito para su crío, para cuando llegue el otoño. Compran el hilo en los chinos, que es más barato.
Me siento en mi rincón y escribo. El calor es agobiante. La vista se me va hacia la pared donde está colocada la estufa, esperando tiempos más fríos. Sólo su vista me incomoda. Sueño en momentos más felices, junto a mi familia. En la pared colgado un cuadro de latón, representa figuras de un belén, observo las ovejas que pastan. Tengo la mente difusa. Me cuesta concentrarme para escribir.
Me levanto, voy a la despensa y me despeno con un paquete de galletas. Imagino a mi padre viéndome escribir. ¡Cómo le gustaba la lectura!. 
Vuelvo a mi mesa – escritorio, mis dedos buscan en el teclado palabras, ideas, colinas de textos no nacidos. Pero deseo que sean mensajes de Paz. Los seres humanos la necesitamos para sentirnos bien. Pero no la “paz-ciencia” que nos quieren imponer los mercados haciendo que la juventud vuelva a emigrar, sino que sea verdadera armonía a los ojos de cualquiera. 
Ha dejado de llover. La lluvia siempre me deprime y hace saltar alguna lágrima. No puedo evitarlo. Creo que es un defecto que me hace diferente a los demás. Me da melancolía. Con la tarde más tranquila intento dibujar con palabras todo lo que voy divisando desde aquí. Es mi forma de poder digerir la ciudad. Ahora puedo soportarla. Antes hubiese preferido abrazar una cueva compartida en la montaña, mejor que un bloque de pisos. La vejez lo amolda a uno a todo.
Al fin conseguí escribir mi página diaria que desde siempre me impuse a mí mismo. ¡Esto hay que celebrarlo!. Tomaré una copita de Ribera del Duero que tengo guardado para las celebraciones muy especiales, antes de irme a la cama. La pobre botella lleva tanto tiempo esperando que me temo se enfade conmigo y me amargue cuando la empiece. Luego, tendido en la cama, simplemente escuchando llover nuevamente tras los cristales y frente al viejo ventilador del dormitorio.