Abandonado a su suerte,
como una vieja ramera,
este viejo continente
sigue poniendo barreras...
¡Que solo el dinero entre!.
Su fe semanasantera
sigue larga de opulencia.
(la sed y el hambre hacia fuera)
y en el balcón de abanicos
se oye cantar la saeta.
Paseamos como nuestro
a un Cristo de aquellas tierras
al que negamos asilo
sin apenarnos sus guerras.
Cristianos de poca monta
cerrándole la frontera
a niños que desvalidos
llegaron hasta sus puertas.
Marchita imaginación
que soluciones no encuentra,
para tratar como humanos
a victimas de unas guerras
de las que obtienen dinero
mercaderes de armas nuevas.
Asolado y abandonado,
entre las locas veletas;
frente a un cielo desbocado
en que los límites cierran.
Son negros labios del monte
que ponen contra las cuerdas
la sed y el hambre del débil
que despavorido huyera.