Que no quiero hacerte requiebros, muerte,
ni me gusta el filo de tu guadaña,
ni el largo velo negro que acompañas,
ni tu esquelética figura inerte.
Tan dura como el yunque de la fragua,
tan odiada que nadie quiere verte,
tan trágica que todo es repelente
en la fea figura en que te `plantan.
Sé que, al final, tendré que irme contigo
mas tus ojos ausentes y tus carnes
ya perdidas, me impiden ser tu amigo.
Aunque seas en mi verso compañera,
escucha tú muy bien lo que te digo:
“solo he de acompañarte cuando quiera”.