Un señor de cuerpo entero,
de noble y gran corazón,
nunca quiso ser primero,
ni parecer postinero,
en temas del corazón;
su humildad y sus riquezas,,
mujeres de gran belleza,
atrajeron a su vida;
y muchas... (¡menudas piezas!)
le provocaron heridas.
Heridas que no sangraron,
mas su vida le amargaron.
Harto de tanto sufrir,
(cuando todas le fallaron),
solo pensaba en morir.
Al médico, si podía
curar ese mal, también,
él fue a preguntar un día;
porque con ellas moría,
pero sin ellas, también.
Con mucha sorna el doctor
tras escuchar lo contado,
y atendiendo al buen señor
muy serio le ha contestado:
“Nunca sabremos razón
mas es cierto y verdadero
que al hombre bueno la ingrata,
es como espada de acero,
y yo curarte no puedo;
¡¡o te alejas o te mata!!”.